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viernes, 13 de junio de 2008


RAQUEL CASTAÑOS/YO NO HE PODIDO

RAQUEL CASTAÑOS - SOLA SIN EL

Es que Raquelita Castaños se hizo famosa a los cinco años, y desde entonces el ángel de su voz la convirtió en la niña más popular del país, mientras la obligaba a vivir sobreprotegida en una ciudad que la idolatraba.
"Habría disfrutado pasear por las calles libremente. No tuve esa dicha, pero fui una artista", dice hoy, cuatro décadas después de aquellos años en los que se hizo famosa.

Todo fue muy rápido: un casting en RCTV, presentaciones los domingos en un programa de TV, un disco en la radio, y, finalmente, un contrato para trabajar en El Show de Renny, conducido por el gran Renny Ottolina.

Lo siguiente fue levantarse como la niña de moda de la ciudad. "Si yo aparecía vestida de verde, todas las niñitas salían a la calle vestidas de verde", recuerda.
Pero aquello comenzó en la inocencia de sus tardes infantiles bajo una mata de jazmines en el patio de su casa, una antiquísima vivienda en la tradicional parroquia La Pastora. "La primera vez que canté fue en el patio -y se ríe-, porque una vecina ponía música clásica. Yo me sentaba bajo la mata a recibir su sombra, a bañarme con las flores, y a tararear las canciones", recuerda.

El tiempo apenas le bastó para descubrir algunos placeres de su infancia: ir a la escuela, conocer la convulsión del Mercado de Quinta Crespo, pasear en el Parque del Este, y amanecer en La Pastora.

"Me levantaba a las seis con el olor a café que salía de todas las casas. Me asomaba al patio dominada por ese aroma, y me encontraba con El Ávila, allí, a mi lado, como una señora verde y grandota", dice.

Entonces llegó a la televisión, y, paradójicamente, fue víctima de la admiración que despertó en la ciudad. "Hubo una época en la que un motorizado seguía mi transporte escolar todos los días para verme. Era aterrador", cuenta.

Estudiando secundaria en un colegio del centro, se arriesgó con travesuras peligrosas. "Con dos compañeritos me jubilaba para ir a la Casa de Bolívar y pasear por la Plaza, icómo echábamos broma!", dice. Pero un día trataron de secuestrarla. Ella logró escapar, y ya no pudo salir sola de nuevo. Por seguridad se comenzó a registrar la hora en que dejaba el colegio, con la firma de su maestra, y la hora en que llegaba a casa, con la firma de su mamá.

La Caracas de Raquelita Castaños es, pues, atípica. La recuerda con cariño, pero en medio de la fama y el agotamiento de una vida artística precoz. Los domingos, en lugar de ir de paseo, debía recibir desde temprano a los niños que, de todo el país, iban a conocerla a su casa.

Por esos años entonó emblemáticas canciones dedicadas a la capital: Claveles de Galipán; El gran día de Caracas; Caracas, cuna de héroes, y Soy Venezolana. "En aquel momento no estaba consciente de que le cantaba a mi ciudad", dice. Con el tiempo razonó su amor por esta urbe, y hasta le escribió varias piezas: Me voy a regalar (habla de su deseo de obsequiarse todos los rincones de la ciudad) y Sueños (que versa sobre el amor de una mujer por un capitalino). Más recientemente compuso Caracas, mi ciudad, que saldrá a la calle el año próximo.

Hoy día, Raquel mira el pasado con agradecimiento. Se conmueve al recordar su amada parroquia, su patio, la montaña, también las cantatas, sus muñecas sin estrenar, y el día en que salió, vestida de novia, para casarse en la iglesia de La Pastora, con tal multitud en las calles que el carro que la llevaba no podía pasar.
"Son cosas que me dan ganas de llorar…".

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